Otro día de vacías y muertas horas detrás de ese mostrador. Otro día en la farmacia.
Es temprano. Hay pocas personas dentro; pero él sólo espera.
Recetas, cajas, dinero. Recetas, cajas, dinero. Se muestra inmune ante la monotonía.
Un respingo y una ligera sonrisa que no quería mostrarse al mundo.
¿Es que acaso el destino estaba de su lado? Podría ser…
-Buenas… -murmuró a modo de saludo el recién llegado mientras extendía por el mostrador un papel con letras ininteligibles.
Esa ligera sonrisa se volvió algo maniática.
-¿Desea tomársela ahora? –preguntó. La respuesta fue afirmativa.
Se dirigió hacia aquellos estantes rellenos, sonriendo a su antojo.
El robusto hombre tragó confiado para luego amistosamente comentar que aprovecharía de comprar algunos artículos domésticos.
“Será todo un espectáculo”, pensó para sí.
Los minutos pasaron, y en efecto, algo llamó la atención. Aquel mismo hombre robusto retorcíase en la mitad del pasillo. Vómitos, piel enrojecida y gritos acicalaban la mutación. Dejó de existir a la vista de todos.
El farmacéutico permanecía impávido. ¿Negligencia? Rió mentalmente por tan sólo pensar que lo acusarían de ello. Al parecer, dejarse la barba y usar lentes de contacto había servido; fue irreconocible ante sus ojos. Sin borrar esa sonrisa, miraba el cuerpo inerte.
Con esto comprobaba que la venganza era aún más sabrosa cuando la probabas a escondidas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario