Era un típico atardecer de invierno. Árboles desnudos, calles vacías y el firmamento cubierto, anunciando la caída de cristalinas gotas; la temperatura baja a cada minuto.
¿Por qué es tan rechazado un paisaje así?
Familias se refugian de la ausencia de calor. Se reúnen alrededor de trozos de agonizante madera en llamas, bebiendo de humeantes tazas en sus manos…y sin embargo, sus dientes siguen castañeteando.
Eso es lo común. Es lo obvio: estar en casa. No en el hogar de inertes cuerpos; no recordando antiguos dolores; no derramando solitarias lágrimas.
El –hasta el momento- apacible viento mecía los castaños y sueltos cabellos de esa joven, aquella que desde que entró a ese silencioso recinto había fijado su mirada en una dirección, y no la había cambiado.
Quizá no era la mejor ubicación, quizá no era una impactante edificación, quizá no tenía lujosos adornos, pero era lo que habían podido ofrecerle a aquel organismo sin vida.
Sólo seguía observando. Sentada en la tumba aledaña; sentía algo de pena por quien estuviera en las profundidades de aquella pues, desde que concurría allí, veía las mismas rosas marchitas, el mismo nicho enmohecido y el mismo pasto tratando de crecer. Desde la posición en la que se encontraba, sus ojos daban directo con la fotografía de aquella persona que había partido hace algún tiempo. Los orbes en el papel detrás del vidrio que lo protegía eran iguales a la mirada parpadeante.
Aquella pequeña –quizá no tan pequeña- prefiere sentirse amenazada por la lluvia, prefiere el penetrante frío, prefiere el implacable viento que comenzaba a aumentar su velocidad, prefiere entumir sus manos tratando de mantener una vela encendida, prefiere el temblor de su cuerpo. Hace un año su protectora, su heroína, su referente, se fue. ¿Vale la pena recordar las circunstancias? El sujeto aquel sigue suelto…¿Alguien más la acompaña en el recuerdo? ‘Inmunda familia’, murmura para sí. ‘Tropa de cínicos que sólo les interesa el protocolo’, agrega. Ni siquiera los padres se han acercado a llenar de agua los vacíos frascos de la tumba de su primogénita.
La triste joven sólo deja que las lágrimas corran mientras observa cómo se mece aquella violeta que dejó amarrada a la oscura cruz.
Llora desconsolada. Tantas palabras no dichas, tantos mimos no entregados, tantos consejos no pedidos. Situaciones que han llevado su mente al límite, y su hermana, esa sonrisa que era su refugio, ya no estaba. ¿Ve alguna salida? Ninguna recomendable, ninguna con altura de miras, ninguna que mida las consecuencias; sólo una inevitable.
Se levanta. Las lágrimas ya han secado. Su cabello se mueve con más fuerza. Contempla los pétalos de aquella violeta que dejó. Sin palabras se despide y anticipa un reencuentro. Voltea; le encuentra un beneficio a la ubicación en que se encuentra.
Sonríe con sarcasmo, con sorna, con desprecio, con cinismo, con resignación. Sólo un par de pasos la separaban de un barranco cuyo único final era el alborotado mar. Avanza hasta quedar a portas de su extinción. Como si estuviera en trance, observa el mar, observa la espuma que salvajemente choca contra las rocas. Comienza a razonar, y con ello su decisión titubea. Sordos sollozos salen de su boca, pidiendo ayuda; pero no hay nadie. Y se da cuenta. Se da cuenta que está al borde de un risco, se da cuenta que está al borde de la demencia, que le dará la peor lección a sus padres, se da cuenta que está al borde de perder todo lo que construyó, al borde de arrepentirse, al borde de dar el siguiente y último paso, al borde de ser salvada al sentir un roce en su muñeca…pero no hay nadie, al borde de decepcionar a todos, al borde de ser una cobarde, al borde de cometer un irremediable error, al borde de acabar con su vida…
No choca contra las rocas, sino contra la espuma; se tiñó de rojo. El mar se la llevó de inmediato.
Se entregó con esperanza y no con dolor. Aunque ya había caído seguía con aquella macabra sonrisa: sólo seguía a su hermana.
¿Alguien la vio? Sólo el cuidador de aquel cementerio, quien se limitó a tragar saliva sonoramente en señal de miedo; ignorando lo sucedido siguió con su trabajo…’No es mi asunto’, pensó a la par que en el viento se mecía el último pétalo de aquella violeta que fue amarrada un año atrás.
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