jueves, 8 de abril de 2010

Clueless.....

Qué extraño es no extrañar.....
Quizá el llanto de la despedida fue más bien la acumulación de decepciones......¡ja! qué patético....
El exasperante sonido del tráfico no es el mejor compañero, pero al menos me recuerda dónde estoy...
Hace tiempo no los veo, no sé dónde están...¿es que acaso se quedaron arraigados y deambulando en el lugar que fueron creados? ¡Qué envidia la mía!
Por ahora sólo me acompaña una anónima historia la que es incluso menos reconfortante que el bullicio a un par de metros de mí.
Qué extraño se siente no extrañar....
¿es acaso algún tipo de trance? ¿es que realmente todo lo abandonado era algo asfixiante? Qué angustiante resulta no poder deshacerte del lado estúpido de tu propia personalidad.
Desesperadamente cerrar los ojos por el infantil miedo de ver que la vida avanza.....que avanza a pesar de tu infundada inmadurez, de tu forma obsesiva y terca de ver las cosas.
Qué extraño es no extrañar...
La incertidumbre de un nuevo mundo puede ser estimulante o bien resultar el gatillante de tu fin. Quiero sentir otra vez ese sabor tan característico del pasado.....recuperar todo lo que el resto de mis sentido hayan pasado por alto....quizá de esa manera comience a extrañar, quizá de esa manera añore lo que ahora me resulta indeferente....
Los segundos y sus respectivas muertes me dirán dónde aferrarme.....

Clocks

Es lunes, el día en el que más odio a mi despertador. Resignación. Pellizco mis ojos para quitarme la pereza. Miro el chirriante reloj: 7.03. Otro bostezo mientras termino de vestirme. Me tomo mis minutos en el baño. Miro el reloj del living: 7.30; voy con tiempo a favor. Camino a mi ritmo habitual y durante la mayoría del recorrido veo a las mismas personas de todos los días; quizá ellos piensen lo mismo de mí. Llego a mi destino sin novedades, a un día sin novedades, a un regreso a casa sin novedades.

Es martes, aunque con menos pereza que ayer, de todos modos cuesta abrir los ojos. Miro el reloj despertador: 7.03. Me visto y, como siempre, al baño. Antes de salir, mi vista en el reloj del living: 7.30. Camino por la calle, hace un poco de frío; sigo viendo los mismos rostros. Ya estoy en el trabajo y me encuentro con un par de caras nuevas que se presentan; no sabía que estaban contratando más personal. Al fin en casa, al fin a dormir.

Es miércoles; a mitad de semana ya ni el despertador te molesta. No me cuesta despertarme, pero el reloj me dice lo contrario: 7.10. Sólo me visto y paso al baño, el desayuno lo llevo al trabajo. Así, según el reloj del living salgo a la hora de siempre: 7.30. Paso desde mi calle hasta la avenida principal observando a quienes pasan por ahí, disimulo mi extrañeza al notar que hay varias personas que se ausentan; saco mi celular: 7.41, cada vez que cruzo la calle , ese reloj me indica esa misma hora; quizá ellos también se quedaron dormidos. Ya en mi oficina me pregunto si habrá cambio completo en el personal: hoy habían más rostros nuevos. De regreso todo como siempre.

Es jueves, mis ojos me pesan mucho a pesar de la hora. Mi despertador me grita que son las 7.07, y yo quiero dormir unos minutos más. El relajo me pasa la cuenta; apenas si alcanzo a peinarme. El reloj del living alcanza a decirme que son las 7.35. El semáforo ya no está en verde como todos los días. Mientras espero chequeo el celular: 7.49; parece que demoré un poco más. En el trabajo sólo quedamos tres de los que empezamos esta semana, pero a nadie parece llamarle la atención. Una vez en casa me desespero al darme cuenta al darme cuenta que muchas cosas no están en los mismos lugares que en la mañana. Maldigo a mi memoria.

Es viernes, ya va a acabarse la semana y el cuerpo predispuesto. El despertador me dice las 7.03; quizá hoy no desordene mi rutina. Observo mi clóset y repentinamente llego a la conclusión de que mi ropa me desagrada; me demoro en escoger algo. Por aquel imprevisto debo llevarme el desayuno al trabajo como lo hice el miércoles, de esa manera salí a las 7.30 según el reloj del living. Llego al semáforo y para mi extrañeza está en rojo; saco el celular: 7.47; en silencio me cuestiono mi demora. En la oficina sigo algo distraída: soy la única que comenzó el lunes y continúa allí.

Es sábado, hoy es sólo mediodía me digo para darme ánimos. Veo el despertador: 7.03. Hoy la ropa no es problema, pues ayer la sensación fue tal que fui de compras. Salgo de casa a las 7.30. El semáforo está en verde y por inercia saco el celular: 7.54, por un momento pienso que este reloj está descompuesto, pero se me hacía tan pesado caminar que descarté la idea. No me sorprende llegar tarde al trabajo, pero aún no comprendo porqué me costó tanto llegar. Entro, pero nadie me llama la atención, al contrario, de forma amable me hacen pasar a la oficina del gerente, gerente que nunca en mi vida había visto. Me entrega un sobre a la par que me invita a un salón; observo un gran cartel: “Gracias por todos esto años”, dice en él. Me paso toda la tarde perpleja. Llego a casa y allí recién me doy cuenta de la cantidad de casas nuevas que hay alrededor de la mía.

Es domingo, el despertador vuelve a sonar a las 7.00, pero no tengo prisa. Me visto con calma, paso al baño y me preparo el desayuno en la cocina. Me dirijo al living; estoy lista, lista para encontrarme con mi realidad, para encontrarme a mí misma en un ataúd en medio de aquel salón. Hoy no es necesario chequear el celular. Son las 7.30 y salgo de la casa. Al menos mañana no escucharé el despertador.

Esta semana me pareció eterna.