Está encerrada en su propia mirada, en sus propias letras carentes de sentido. Se asusta; sabe que si cruza ese umbral retornará esa sequía creativa; ésa, a la que tanto teme; ésa, que la atormenta, que la sigue; el más grande monstruo de todo escribano clandestino.
Mira, pero no ve. Nadie quiere contar su historia esta noche, nadie excepto ella; pero no es escuchada, es relegada a ese escondite que ella misma eligió; es relegada a no parpadear en un vano intento de no perder lo que cree, es cordura; en un vano intento de no saberse ridícula. Es consciente de que balbucea como hablándole al silencio, pero no es que aquéllo la haga verse más harapienta; sus pies descalzos y la inerte expresión lo demuestran por sí mismas.
¿Por qué -se pregunta- las palabras más adecuadas surgen cuando menos quieres saber de la vida? Quizá sea -le responde el silencio- porque necesitas irte de la vida que crees real para crear otra. Y ¿por qué el visionario? -inquiere de nuevo-, ¿por qué el poeta es quien tiene que morir? -le preguntaría a la Sra. Woolf. Porque la Sra. Dalloway, porque todo el mundo está preocupado de mundanos asuntos, de fiestas, mientras el escribano se ahoga en sus frases -vuelve a responder el silencio.
-¿Quieres tú ahogarte en tus frases?
-Suena como una agradable invitación...
Excelente!
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